Puerto de Valencia. Foto: Marga Ferrer

Valencia es una ciudad idónea para la organización de eventos. Tiene un gran abanico de infraestructuras, un clima agradable la mayor parte del año y, además, un fuerte con el que otras muchas ciudades no cuentan: su puerto. Desde que se celebró la 32ª edición de la America’s Cup, la zona portuaria fue el eje de un cambio radical en la ciudad.

La capital del Turia, tradicionalmente, le ha dado la espalda al mar. Ese gran evento deportivo supuso un punto de inflexión en la concepción de la ciudad y la forma de aprovechar una zona portuaria que, con honrosas excepciones de restaurantes ubicados junto al Mediterráneo desde tiempos inmemoriales (como Doña Marcelina o La Pepica), representaba el lado oscuro de Valencia, con la degradación claramente visible en calles y edificios y algunas calles realmente intransitables.

Desde ese año 2007, con la construcción del edificio Veles e Vents dos años antes como impulso previo, la zona comenzó a transformarse progresivamente hasta lo que es hoy en día: un área con multitud de espacios para el ocio, el trabajo y hasta la formación. El propio edificio ha sido escenario de bodas, exposiciones, multitudinarias fiestas de fin de año y un sinfín de actos, tanto personales como corporativos, que lo han convertido en un referente. De icono de la vela a enseña de la organización de eventos.

Pero la vida del puerto no empieza ni termina ahí: al calor de una zona con una cara completamente distinta se han sumado proyectos de todo tipo. Hoteles, restaurantes, un beach club y, en definitiva, el ambiente que la gente aporta para sumar un paso más en el camino hacia la unión total de Valencia con su mar. El área portuaria ha dejado de ser una isla para integrarse en el día a día de la ciudad, empezar a ser la sede de una gran cantidad de empresas (en lo que EDEM ha tenido mucho que ver) y un barrio, el del Cabanyal, que se postula para suceder a Ruzafa heredando su boom de rehabilitación y reactivación comercial.